Los minutos desfilan.
El reloj se detiene en el embotellamiento de horas
colgado en la pared.
El ayer ha pasado,
Y la vida en el umbral de mi juventud
se escabulle por los recovecos del tiempo.
En las fronteras del mundo,
el mar con su tempestad y la luna en su somnolencia,
los hombres contemplan el ocaso de lo perdido.
Aquellos, que ya no viven sino para ser vistos;
esos que agotan las arenas del reloj insepulto;
ellos que alargan sus vistas hacia un futuro incierto,
que mueren sin saber por qué existieron.
Tal vez ya nada vuelva,
Tal vez los seres se pierdan,
Tal vez las hojas caigan una vez más
en este invierno atroz.
No me arrepiento.
Y si vuelvo atrás unos segundos,
Me encontraré a mi misma escribiendo
estas simples palabras,
en la desorientación que nunca acaba,
en lo fantástico de la noche,
cuando todo vuelve a comenzar.
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